- El frío, que causa una contracción de los vasos sanguíneos, disminuyendo la irrigación de la piel.
- Los sistemas de calefacción, que aumentan la sequedad del ambiente y también de nuestra piel.
- Los cambios bruscos de temperatura.
- El agua caliente de la ducha ayuda a deshidratar la piel.
- La disminución en la cantidad de agua que se ingiere diariamente.
- Intentar bajar la temperatura de las calefacciones cuando se pueda, y evitar en lo posible los cambios bruscos de temperatura, es decir pasar de un ambiente caldeado por la calefacción al aire libre, cuando la temperatura exterior es muy baja.
- Aplicar un producto humectante, en crema o jabón.
- Bajar la temperatura del agua al tomar un baño o ducha, y que la duración del mismo no sea tan larga.
- Beber mucha agua. El cuerpo necesita agua, pero si no tiene la necesaria, la tomará de la piel.
- Usar maquillaje en crema que actúa como una segunda piel. Mejor optar por cosméticos que contengan hidroxiácidos, retinol y/o vitamina C, que disminuyen las arrugar superficiales, que se notan más con las bajas temperaturas.
- No olvidar la protección solar. Los rayos del sol siguen incidiendo en nuestra piel en invierno y será necesario seguir protegiéndonos de ellos, aunque con una protección entre el SPF 15 y el SPF 20 puede ser suficiente.
- No abusar de la exfoliación en invierno, ya que la piel puede quedar más sensible.
- Añadir a la dieta complementos orales con vitaminas antioxidantes del grupo A, B, Cy E, que, aunque no reviertan el envejecimiento, sí mejoran su apariencia.
- Disminuir la ingestión de alcohol y el consumo de tabaco ya que, junto con el frío, reducen la vascularización cutánea, con lo que aumentan las rojeces y la deshidratación.